September 5, 2010
¿De qué o de quién depende su felicidad?
El juguete se le cayó de la mano. Ya no le importaba. El mundo exterior podía lucir idéntico, pero en su pequeño mundo interior se había producido un derrumbe total.
Y no era para menos. Para un niño de seis años, su madre es un valor de absoluta prioridad. Su padre, hermanos, amigos y juguetes también son valores. No es que no lo sean. Pero la madre es un valor prioritario. Es lo fundamental, es lo esencial. Todos los demás valores se supeditan a éste.
La vida de Miguelito se había quedado repentinamente suspendida en el aire. Le habían removido la base en la que estaba cimentada.
Estaba sin sostén y sin apoyo. Estaba solo. Probablemente ha pasado usted por una experiencia similar a ésta.
La pérdida de la madre, del padre, del cónyuge, de un hijo o de una hija, produce un vacío aparentemente imposible de llenar.
Y es natural. Relaciones de este nivel constituyen valores fundamentales para cualquier persona normal.
De estos valores fundamentales nos habla el Señor en el evangelio de hoy (Lucas 14,25-33). Y nos dice algo que puede resultar hasta chocante acerca de ellos. Dice el Señor: “Si uno de ustedes quiere ser de los míos y no me prefiera su padre y a su madre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. (Lucas 14,26)
Una pregunta
¿Qué significa esta frase aparentemente tan exigente de parte del Señor? Significa que el Señor quiere que lo tengamos a Él como nuestro valor prioritario, así como tenía Miguelito a su mamá.
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