Hemos crecido en la cultura del apego, en la visión de que todo es permanente; nos aferramos a personas, cosas, recuerdos y creencias. Pero a veces no es bueno estar aferrados y apegados a estas cosas, también nos conviene aprender a ser desapegados… pues nada es para siempre.
Una vez alguien dijo “Si amas algo, déjalo libre. Si vuelve a ti, es tuyo, si no vuelve, nunca lo fue”. Muchas personas ven esto como una frase de amor. Yo, además de verla como una frase de amor, la veo como una práctica del desapego.
La persona no apegada (emancipada) es capaz de controlar sus temores al abandono; no promociona el egoísmo y la deshonestidad.
Siempre tenemos miedo a la pérdida de aquello que supimos conseguir, construir y amar. Comenzamos a custodiar más de cerca lo que no queremos perder, empleamos más horas para no perder el trabajo, aceptamos tratos injustos para no perder la aprobación, decimos “sí” en lugar de “no” para no perder “aprobación” de los demás, renunciamos a nuestros sueños para no perder a quienes amamos.
El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: no posesividad, no adicción e independencia. El desapego simplemente habla de que todo está en constante cambio, por lo que nos invita a aceptar que nada es para siempre.
Aprendamos a soltar, pues esta es una de las grandes lecciones que debemos apresurarnos a interiorizar. Soltar las cosas materiales, las emociones, los recuerdos, en fin, todo aquello que nos ancla a un pasado que no volverá a repetirse.
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